Todos los recuerdos que tengo, cinematográfica y televisivamente, desde que nací hasta ahora, llegan desde el mismo origen, Jim Henson, un loco barbón al que le molaban los dibujos animados y los títeres, y que quiso llegar más allá. Quiso crear un universo ficticio dentro de la realidad misma que incluso confundiese al personal y le hiciese recapacitar acerca de la diferencia entre lo real y lo fantástico.
Así fue como, a mediados de los años 60, creó los "Muppets" o como nosotros los conocemos, los Teleñecos. Una absurda mezcolanza de personajes y personalidades muy variada y entrañable que vio la luz con el inolvidable "Kermit", más conocido en mi casa como Gustavo. A él se unieron unos cuantos personajes principales como Peggy, Gonzo, Monstruo o esos dos viejos que siempre discuten y critican y que, dicho sea de paso, se parecen al 99,9 % de los viejos del mundo, además de un sin fin de criaturas extravagantes y divertidas que hacían de ese show algo muy entretenido para los niños, y que con su sátira e ironía hacía también las delicias del público adulto acompañante.
Con la fama ya creada, pero desconocido como ninguno, se lanzó a un show claramente destinado a la educación de los más jóvenes en cuanto a valores morales y cívicos. Fue cuando parió su obra más conocida, al menos en mi casa, "Sesame Street" o lo que viene a ser lo mismo Barrio Sésamo. Claro que como "Spain is diferent", en lugar de tener a la gallina esa rara que tienen los yankees (y todo el resto del continente americano por defecto), nosotros tuvimos al erizo Espinete (vaya usted a saber por qué precisamente un erizo y además rosa), y a la cosa esa que yo creo que era un búho llamado Don Pinpón (sin comentarios). Pero Epi y Blas son universales, Súper Coco y sus ostiazos también, ni que decir tiene que hablemos del reportero más dicharachero del Barrio Sésamo o de Triki el monstruo de las galletas.... en fin, toda una generación de las de antes, en la que me incluyo por supuesto, ha crecido con estos personajes que me hacen melancolizarme entero.
La década de los 80 fue la más fructífera de este soñador nato. Cuando llegaron los Fraguel a mi vida, algo de mí cambió por completo. Estos pequeños personajillos, que vivían en las cavernas entre dos mundos, el mundo de los humanos (o como dicen los Fraguel, esas estúpidas criaturas) con el viejo inventor Doc (Jerome Christian) y el perro Sprocket, y el mundo de los Goris, en el que sólo viven los tres, Papá, Mamá y el subnormal del niño que llevaba pinchos en la suela de los zapatos. Añadimos a esto a los Curris, la Montaña Basura y al Tío Matt y sus postales semanales (acerca de las estúpidas criaturas) y tienes una serie de la ostia, con humor, aprendizajes y buen rollo.
Más tarde, en esa misma década, se sacó de la manga una serie corta llamada El Cuentacuentos. Al menos toda mi generación ha visto alguna vez esta cojonuda serie que relataba cuentos con un perfil más bien grotesco y propio de Dante, con mucha carga de misterio y casi, diría yo en esas épocas, terror. Con este nuevo estilo de personajes, más oscuros y cuyas personalidades ya no concuerdan tan fielmente con los deseos del público más infantil, era la hora de buscar resultados en otro mundo, el mundo del cine.
Con su amigo de toda la vida, Frank Oz, se propusieron hacer una película enteramente rodada en paisajes ficticios y con marionetas como única "forma de vida" existente en el largometraje. Quien haya visto esta película (y tenga un mínimo de sensibilidad en sus carnes), concordará conmigo si digo que es la película perfecta para vean mis hijas. Jen, Kyra, el Maestro Ur Yod, la bruja piruja Aughra (que no es tan bruja ni tan piruja) y el llorica del Chambelán, nos llevan a un mundo de aventuras que mezcla la manera de viajar de Julio Verne con la aparición casi mitológica de criaturas al estilo de Ray Harryhausen y entre buenos (místicos) y no tan buenos, y malos y malísimos (Skeksis), la carga infantiloide que pudiera tener la peli, desaparece por completo, eso sí, dejando una moraleja, bonita por otro lado, referida a la creación, entre todos, de un mundo mejor.
Después de ese gran bombazo, que en realidad pasó bien desapercibido, vendrían otros tantos bombazos, que también pasarían desapercibidos por el conglomerado de lo estúpido de las grandes ventas y dio a parar al suburbio, mucho más agradable, del Fanzine y el Frikismo. Dentro del laberinto es una obra maestra del cine de fantasía POP retro y ochentero. Con el mismísimo David Bowie como rey de los Gobblins, y junto a Trevor Jones, regalando una banda sonora espectacular, con el debut (que todos agradecimos) de la preciosísima Jennifer Connelly, las criaturas y monstruos que van a pareciendo a lo largo de la película, nos da cuenta de la capacidad Bosquiana de Henson para inventar emociones en forma de paisajes. Vamos que hubiese sido perfecto para dedicarse a llevar a la pantalla todas las obras de Michael Ende y sin envidiarle absolutamente nada al maravilloso Terry Gillian.
Lo último que sé que hizo fue una película en la que aparecían unas tortugas mutantes que aprenden los secretos del Kung-Fu de la mano de una rata, mutante también, pero de eso prefiero no hablar...
El caso es que me indigna profundamente que en este puto mundo de mierda nadie se haya acordado de este genial personaje que llevó a toda una generación de viaje (casi lisérgico, te diré) por un mundo de fantasía y magia, y nos enseñó a reírnos de todo de una manera diferente, más recapacitada y más crítica con lo que nos rodea. Nos enseñó que no hace falta dejar de ser un niño para enfrentarse a la vida porque la vida no es una lucha continua, sino una serie de disfrutes interrumpidos por la estupidez y necedad de unos pocos. Nos enseñó que la seriedad no es llevar traje y corbata y respetar el protocolo de mierda, sino conocer tus derechos y deberes y hacerlos cumplir y cumplirlos con el único objetivo de ser feliz. Nos enseñó a disfrutar, hoy ya no se le recuerda, pero espero que toda esta generación que creció con sus muñecos se acuerde de disfrutar y les traspase el conocimiento a sus generaciones posteriores.
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