jueves, 30 de septiembre de 2010

El hombre de la mochila

Si alguna vez se ha querido relacionar la poesía con la música, la música con la protesta y la protesta con la política, sin duda alguna que la personificación de este conglomerado está en el rechoncho cuerpo de José Antonio Labordeta.

Este aragonés errante, como diría Bunbury, bigotazo súper intendente, de lengua imparable e inquebrantable, que representó una época y una idea, que supo mezclar su humor con la más absoluta seriedad, nos ha dejado para siempre con sus poesías y canciones, con la elocuencia impoluta de quien no se cree más ni mejor que nadie pero que se sabe entendido por la gran inmensa minoría.

Se reía de ser el diputado menos votado de la historia política de España, pero se supo hacer escuchar, y si no, qué cojones, les mandaba a todos a la mismísima mierda.

Tanta guerra y tanto agua, que llovió y llovió y nadie supo como canalizarla. Pues él supo canalizar su sabiduría y repartirla a destajo a lo largo de su historia. Abogado y profesor; marido, padre y abuelo. En fin, una persona que recordar tiene para rato.

Con su mochila a cuestas nos mostró eso que casi nadie ve, el verdadero folclor de su país, que le cupo entero en su pecho y le pesó tanto a su espalda. Así le sirvió de mofa y aún así de orgullo ante quienes no saben distinguir la pantomima de lo real.

Su política, sin duda, nos dejó gratos momentos, que, tal y como está el percal, se agradece sobre manera, pero no se apartó de la importancia que acarrea el que tiene voz, y qué voz. Con su chorro no le acallaban los insultos y desprecios en el hemiciclo, o patio de colegio, como se quiera identificar según la mirada de cada quien.

Este humilde servidor se despide a su manera de el gran poeta, escribano y compositor que fue sin duda alguna este norteño anacoreta, José Antonio Labordeta.